El mundo es esclavo de lo que calla.

viernes, 14 de mayo de 2010

Del sol.

No podía entender lo inoportuna que era su imaginación. De repente la tomaba por sorpresa transitando una avenida en La Lucila, justo ahí la agarraba desprevenida cual lluvia de verano. Entonces ella intentaba memorizar todas esas frases que corrían por su mente pero era imposible. Nunca recuperaba el valor poético de ésas palabras que surgían de la nada; De la gente que pasaba, del paisaje..De un par de auriculares gritando una canción de Fito Páez. Era el conjunto de esas cosas la que la inspiraban de una manera especial. Quizá también tenía que ver el hecho de no poder escribir, lo que hacía a ese momento el más oportuno para una inoportunidad.
Bajo el dorado sol de una tarde de abril, apresuraba su paso ella con sus cabellos jugueteando en el viento. La brisa cálida mecía suavemente las copas de los árboles rojizos y anaranjados como acunándolos en la siesta eterna del otoño. Tanta quietud y ese espectáculo silencioso desplegándose en frente de todos..y todos tan ajenos. Una lástima. "No hay cosa más descomunal que la belleza de lo cotidiano" pensaba ella para sus adentros, otra de esas frases que surgían mientras paseaba.
16, tenía nada más y nada menos que dieciséis minutos para llegar al instituto. Caminó hasta la parada, mientras contaba las monedas de diez centavos ésas que todos odiaban y que eran tan comunes. A lo lejos divisó una mancha verde y amarillo crema y las palabras "San Lorenzo - Panamericana" confirmaron que era un 59 . Esperó a que se acercara un poco más y extendió el brazo para que se detenga, con ese gesto tan absurdo y especial. Subió y dijo con voz baja y sumisa (pues no se permitía gritar en un día tan tranquilo):- " Uno diez, por favor" e introdujo de a una las monedas, retirando a cambio un trozo pequeñísimo de papel lleno de números. Una vez en su asiento (el último, justo detrás de la puerta) enrolló el boleto y lo colocó  entre su dedo índice y el anillo de alpaca que había comprado ese verano. Imitaba esa costumbre de guardar el boleto de forma tan peculiar luego de haberlo visto en muchas ocasiones y realmente le gustaba. Viajó pegada al vidrio observando cada calle, cada árbol y rama, nube y pasto. Toda su vida fue una personita curiosa. Miraba las caras de los viajeros y pensaba:- "¿qué será de sus vidas? ¿De donde vendrán? ¿A donde irán?" y millones de interrogantes más. Luego, se levanto y tocó el timbre. El colectivo se detuvo y con un suspiro las puertas se abrieron de par en par. Cinco minutos y sólo tres cuadras. Sonrió con orgullo y se encaminó hasta la institución. Ya frente a ésta se arregló, respiró hondo e ingresó en ese mundo que nada tenía que ver con el exterior. Ni otoño, ni colectivos, ni boletos, o árboles o sueños...