Ella era muy sentimental y extrovertida. Él (para confirmar la teoría de que los opuestos se atraen) era frío y algo tímido. Se encontraban hablando de la vida, como tantas otras veces; Ella le explicaba la importancia de cantar, de pintar y de escribir. Él en cambio, opinaba que cantar no significaba nada, decía que pintar era para mediocres y creía que escribir sólo llenaba hojas con palabras inútiles u ocupaba el tiempo de personas que no tienen nada interesante para hacer.Discutían sobre esto un día hábil de algún mes frío. Serían aproximadamente las cuatro, había una calma especial. Como si la ciudad estuviera sumergida en una siesta interminable. Y ellos seguían hablando.
Con sus diecisiete años encima ella apuntaba a la expresión libre, al arte en todas sus formas...En cambio él era la perfecta unión entre las palabras aburrido, insípido y formal. Pero era muy curioso.Quería saber qué pensamientos abundaban la mente de esa mujer tan peculiar. Necesitaba conocer su forma de ver la vida. Era por eso que hace seis meses estaban juntos.
Existía entre ellos una fuerza de atracción tal que parecían dos imanes, de polos opuestos que apesar de todo no pueden separarse.
Ella se llamaba Aika (que significa canción de amor) y era tan exótica como su nombre. Alta, con cabellos castaños que dejaban entrever algunos reflejos rojizos. Sus ojos verdes cargaban una mirada expresiva e hipnotizante.
Él respondía al nombre de Emir y su delgadez era tan ínfima como el coloreado de sus mejillas. Su piel inescrutable y pálida cubría unos músculos que no sabían sonreír. El pelo negro descansaba sobre la frente y sus profundos ojos azules acentuaban su frialdad, de noche de invierno, de mar y tormenta.
Aika conservaba la esperanza de que algún día lograrían entenderse y así transcurrian sus días, entre desacuerdos y pensamientos opuestos.
Ella intrigada le preguntó cual era entonces su forma de expresarse si no cantaba, ni pntaba ni escribía; Emir meditó durante un minuto la pregunta, y respondió : Yo me expreso con el silencio, sólo el que me entienda sin que diga nada se merece escuchar mis palabras.
Aika se quedó inmóvil y muda. "¿Eso significa que no merezco escuchar las cosas que tenes para decir? Que egoísta, negarle al mundo tu opinión".
Pero en verdad, Emir no sabía qué tenía para decir, y por tonto que parezca carecía de opinión. Claro, se escondía bajo la postura de un hombre frío y calculador, pero en el centro de su alma, estaba vacío y él lo sabía muy bien.
Bastaron dos semanas hasta que Emir le contara a Aika su problema, en búsqueda deseperada de una solución y ella que conocía sobre formas de expresión le pidió que por una vez en su vida intentara cantar, pintar y escribir. Al principio se sintió tan incómodo que tuvo que replantearse si la situación ameritaba tanto esfuerzo, y una vez mas, se dió cuenta que sí. No era bueno cantando, y pintando mucho menos. Pero escribía de tal forma que podía hacer que las flores odien al sol, y que la música ame al silencio. Eran sus palabras capaces de mover cielo y tierra y de desentrañar las historias mas profundas de oscuros corazones.
Y fueron felices juntos, por un tiempo. Y llegaron a parecerse tanto que se cansaron el uno del otro. Y fue años después que Aika comprendió cuanto lo había influído. Y el insoportable parecido de sus mentes se hacía cada vez más evidente. Entonces ella se arrepintió, y odió de manera inexplicable el día en que cambió drásticamente la vida de Emir.