El mundo es esclavo de lo que calla.

martes, 16 de noviembre de 2010

Vidas ajenas

El que busca siempre encuentra. No sabrá para que le sirve, pero algo encuentra. Y hablando de encontrar, me situaba yo una tarde ventosa revisando los rincones de mi casa. Cajas y mas cajas, sobres, papeles, libros antiquísimos amarillos y gastados me abrían la puerta hacia un mundo de recuerdos que no me pertenecían.
Hubo algo que llamó mi atención y me entretuvo durante largas horas, y días posteriores. Ahí estaba, encerrado entre cuatro paredes de cartón, el resumen perfecto de lo que fue la vida de mi padre.
Jamás, en mis veintidós años de existencia había visto juntas tantas cosas que lo identificaran de esa forma.
Era como si el mismo estuviese metido en ese contenedor, allí en cada reliquia.
Lo primero que tomé fueron unos autos pequeños de metal pesado, esos de los que ya no hay, los irrompibles. Observé con curiosidad el esmalte saltado rojo y amarillo y las ruedas que giraban como si fuese la primer carrera. Luego los aparté y levanté un paquete rectangular envuelto en un papel celeste desgastado por el tiempo. Lo quité cuidadosamente,  y pude ver el contenido: un cuaderno con tapa de cuero, repleto de páginas escritas. Me situé en la primera hoja y leí "Vidas ajenas" escrito como título con una caligrafía inmaculada.
Lo que seguía a continuación era una recopilación de distintos testimonios de vida de individuos que mi padre conocía poco y nada. Personas que le prestaron una parte de su historia para que el la guardase como un tesoro.
Había fotos, cartas de puño y letra cuyos remitentes y destinatarios poco tenían que ver con mi progenitor.
Todo estaba ahí, décadas llenas de relatos. De ahí en adelante me sumergí en un pasado desconocido, y descubrí cosas que vale la pena contar en alguna ocasión.

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